En el suelo de la habitación, nada más entrar, se encontraba una nota. Aquel papel parecía una invitación, como si hubiera llegado hasta allí para abrirnos paso, confabulado con el viento que, interrumpiendo la calma de la estancia, en penumbra, entraba osadamente produciendo un rítmico golpear de los cristales de su única ventana, abierta de par en par, con las paredes. Era de noche, pero una luna llena esparcía luz blanca a su antojo, en medio de aquel espacio sin tiempo de degradados azules marinos; una luna que, por instantes, yo confundía con la cabeza de Zera. Lo que sí observamos todos es que ella aún sostenía una pluma. El objeto parecía muy antiguo y hacía pareja con un tintero; un tintero que albergaba un líquido hecho de un pigmento del mismo color purpúreo que el de las flores que rodeaban el castillo y, también, de las letras de aquella nota que yo, adelantándome a mis compañeros de expedición, había recogido. Las últimas palabras de Zera fueron éstas:
"Ninguna realidad nace por partenogénesis; no, ningún sueño conoce el mundo si no deja de ser sólo de uno: se necesitan varios para crear un símbolo; cerremos los ojos: ¡¡nada de lo ya existente sirve a esta cópula!!. Limpiad vuestra mirada, si véis vuestro sueño estáis preparados para el siguiente paso, sed valientes: habréis de tornaros accesibles y contradecir al terco silencio de los autómatas, de los satisfechos, de los consentidores... sin dejar a la vez de escuchar al Otro; un Otro que habrá de estar igualmente dispuesto. Sólo así, en cierto día, el garabato ajeno os será reconocible, ya semejante al vuestro; sólo así nacen, de las fecundas grietas, los mundos habitables. Zera."
V. H. Gª. Brea
2 comentarios:
Una historia curiosa con un final tremendo, sin duda. En ese último párrafo se deja ver la influencia de tu poesía, de muy buena manera. Me gustó.
Un saludo.
Hola NallA. Es un honor tenerte por aquí. No suelo escribir prosa así que me alegra mucho saber que te haya gustado. Un Saludo.
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